Agradezco a Rafael Mondragón y a Cintia Martínez Velasco por las discusiones, observaciones y comentarios que enriquecieron enormemente el texto.
El
19 de septiembre del 2013, el primero de los dos días que duró el
paro convocado por la CNTE
tras su violento desalojo del Zócalo capitalino, circularon en las
redes sociales una foto y un video tomados alrededor de las 3 de la
tarde por usuarios del transporte público. La fotografía muestra a
tres policías y a un joven discutiendo en un vagón del metro.
Durante los casi siete minutos que dura la grabación, el
servicio permanece detenido en la estación Eje Central de la línea
12. El video sólo graba el final de la intervención de dos
jóvenes, estudiantes de la carrera de Ciencias Políticas de la
UNAM,
en el espacio público. Se alcanza a escuchar: “Si nos damos a la
tarea de salir es porque los medios de comunicación están
tergiversando la información...” Varios
policías se acercan y suben al vagón.
Entre silbidos y comentarios de los pasajeros uno de los jóvenes
indica: “Las personas están escuchándonos.” La gente lanza a
los oficiales frases como: “No tienen por qué bajarlos.” “Ay,
ya poli.” “Se me va a hacer tarde.” “Están hablando con
nosotros, no están haciendo nada.” “Ya apúrense.” “¡No
sean payasos y vámonos!” “Si fueran delincuentes no se
aparecen.”, les reclaman. “¡Ya bájense!” “¡Déjenlos!”
“Ellos son estudiantes.” “No son delincuentes.”, en tono
lastimero. “No, no se van a bajar, ¡que avance el tren!” Los
policías se acercan a los jóvenes, discuten con ellos e intentan
bajarlos, mientras al fondo se oye: “No tienen por qué tocarlos.”
“No se van a bajar, ¡ya vámonos!”, “No están vendiendo
nada”, aludiendo a los vendedores ambulantes. Al ser acusados de
repartir material impreso, los estudiantes preguntan: “¿Alguien
tiene algún volante que le hayamos entregado?”, a lo que los
pasajeros corean sin titubear un largo y enérgico: “¡No!” Una
mujer insiste: “Grábalos, grábalo. Grábenlo para que lo suban.”,
se entiende que a la red. Una policía tapa con su mano el celular de
un pasajero que hace registro de la escena, y le indica: “No me
puedes grabar.” El usuario mueve su celular e intenta seguir
grabando, discuten un poco y se mueve de lugar. Los oficiales indican
a los jóvenes que no pueden hacer lo que estaban haciendo, esto es,
dar información sobre algunas cuestiones políticas del país, a lo
que la gente responde enérgicamente: “¡Sí pueden!” El barullo
continúa y de pronto se escucha: “No, no lo toquen.” Les gritan
cosas como: “Ya, ya váyanse.” “Bájense ya.” “Ya, policía,
que se nos hace tarde.” Los oficiales se toman su tiempo, entran y
salen del vagón, mientras un pasajero discute con uno de ellos sobre
la alarma, la palanca de emergencia, el retraso, y cómo afecta esto
el tiempo y las actividades de los usuarios; los policías se
comunican por radio, la gente insiste: “¡Vámonos, ya vámonos!”
“Entre
menos información nos den...” “Sí, a ellos les conviene.”,
conversan dos mujeres. En medio de la polifonía de voces, el tono de
una intervención hace reír a los usuarios. Aprovechando la
irrupción de la risa, la señora más participativa grita: “¡Ya
salió mi hijo!” Más usuarios ríen. “¡Yo tengo que entrar a
trabajar!”, se escucha en otra parte del vagón, haciendo eco al
gesto anterior. Finalmente suben sólo un policía y un hombre con
traje y radio, tal vez un trabajador del metro. Las puertas
finalmente se cierran y el metro avanza. “Déjenlos ir ya, si no
nos están vendiendo nada.”, “Ustedes nos están perjudicando
más.”, “Tenemos hijos en la escuela que ya salieron”,
“Grábenlos, grábenlos.”
Al día siguiente, el Servicio de
Transporte Colectivo Metro publicó un comunicado, tanto en su sitio
oficial en facebook como en su cuenta de tweeter:
En las redes sociales en las que se difundieron las imágenes, la mayoría de los comentarios ponen énfasis en la vulneración al derecho a la libertad de expresión. El Comité Jurídico Derechos Humanos (Cientotreintaydos) señala en una de sus publicaciones: “No existe ninguna razón por la cual no se puedan ejercer los derechos civiles y políticos en espacios colectivos. La libre expresión y participación política es un derecho constitucional que no puede(n) ser prohibida(s) en ninguna reglamentación...” Otros comentan: “A seguir defendiendo el derecho de expresión en todos los espacios públicos.”, “La libertad de expresión es un derecho constitucional y nada está por encima de la Constitución.”
El
público, tanto el del vagón del metro como el de las redes
sociales, no se limitó a ser un testigo pasivo, es decir, mero
espectador. Además de situarse como tercero que legitima que el
hostigamiento e intimidación que han tenido lugar han de ser
denunciados, interviene con sus comentarios, silbidos y risas,
solidarizándose con los jóvenes; difunde las imágenes e interviene
opinando. Ésta solidaridad implica que las diversas maneras que
adoptan las intervenciones no tienen como motor único los intereses
privados de los individuos que participan en el espacio público,
sino que se articulan a partir de una causa común, en este caso, la
defensa de la libertad de expresión y el derecho a ser informado.
Algunas de las intervenciones de los pasajeros aluden a las
actividades de cada vida particular, que presionan para que se
reanude la marcha del tren; otras expresan abiertamente su
solidaridad con los jóvenes. Varias de las primeras parecen tensarse
entre el conservadurismo y la inconformidad: si bien algunos
pasajeros aceptan las reglas de la lectura de los derechos humanos en
clave liberal1,
es decir, partiendo de los intereses privados de los individuos,
rechazan al mismo tiempo que los jóvenes sean bajados del metro, así
como hostigados e intimidados. El juego consiste en transgredir esas
reglas que parecen aceptarse, dando un rodeo, dirigiéndose no contra
los que se manifiestan, en este contexto los jóvenes, sino hacia las
figuras de autoridad, y resquebrajar así el miedo al que apuntan la
intimidación y la seriedad. Este juego de resquebrajamiento está
atravesado por el humor y el enojo, y en él, también tiene lugar la
risa. Ésta no es el efecto de un entretenimiento en el que cada
individuo ríe sólo para sí, sino con los otros, en colectivo. Si
bien su irrupción parece terminar en una timidez o nerviosismo,
evoca el carácter carnavalesco en que también se puede reír
―señalado
y trabajado
por Bajtin―
y
su potencial desestabilizador: No cambia el mundo de una vez y para
siempre, pero pone al descubierto que aquello que se ha creído
imposible es posible, y se pierde el miedo a cambiarlo en una
subversión fugaz de las estructuras más profundas de un orden, en
el que no se participa de éste, sino que se hace burla del mismo y
así, se le burla, esto es, se le transgrede. Una apropiación
simbólica, si se quiere, una “resignificación efímera frente a
lo hostil y sin sentido, experiencia extática que prefigura otro
mundo posible, no como maqueta científicamente diseñada sino como
vivencia compartida.”2,
un “éxtasis utópico colectivo como prefiguración pasajera pero
caladora de un mundo otro, de un modo distinto de vivir que quizá
nos espera en el futuro pero que, en todo caso, se hace presente
mientras dura la magia.”3
En un aquí y ahora, de manera efímera y extraoficial, se
relacionaron en/con sus intervenciones, conversaciones y risas, y por
un momento dejaron de viajar aislados, sumergidos en sus
pensamientos, en duermevela, leyendo, platicando sólo con aquellos
que consideran sus íntimos o conocidos... A pesar del desprestigio
hacia la protesta social a partir de retóricas de odio, terror e
indiferencia en algunos medios de comunicación, la gente se
solidarizó, dando así soporte tanto material como emocional para
evitar que los jóvenes fuesen bajados del vagón.
Las
imágenes difundidas en las redes sociales buscan visibilizar una
de las maneras en las que opera la criminalización de la protesta
social. Esta última integra varios derechos constitucionales
como la manifestación de las ideas y la libre expresión, la
reunión, la asociación y la petición, entre otros; y en su
ejercicio los construye, ejerce y defiende. En cuanto es un derecho,
es una cuestión no sólo jurídica sino principalmente política: es
una acción que se ejerce en el
espacio público y que abre una problemática a la posibilidad de su
discusión con los otros, en el que todos habrían de tener la
posibilidad de intervenir, de crítica y proposición, y entablar
diálogos colectivos, creando así, comunidad. Pocos días antes (17
de septiembre) el Centro Prodh publicó diez tesis en relación con
la criminalización de la protesta social, donde enfatiza que
este procedimiento no es sólo jurídico-político,
sino también mediático y social. En este caso opera a partir del
intento de apelar a sanciones administrativas y delitos ad
hoc (siendo
uno de los más recurrentes el de “ataques a la paz pública”),
que pudiesen posibilitar la detención de los jóvenes que difundían
información. Así, apuesta por sacar de la esfera política los
conflictos que los jóvenes pusieron sobre la mesa, y llevarlos al
campo penal al señalarlos como “delincuentes”, mecanismo que
desvirtuaría el derecho penal y lo haría operar como medio de
control social. La protesta social no sólo es legal, es decir, que
ajusta la acción y la conducta a las leyes, en cuanto se sostiene en
derechos constitucionales, sino legítima, en cuanto exige justicia.
La legitimidad
está justificada por las costumbres y creencias de una comunidad o
colectivo.4
El
ejercicio de visibilización no se reduce a la imagen visual que
registra, denuncia y avisa sobre el hostigamiento ejercido por la
autoridad, sino que es, a su vez, una práctica política que refiere
a lo colectivo y a la construcción de sentidos que se dan a lo
percibido, configura subjetividades frente a la imagen y en las
discusiones suscitadas a partir de aquellas en el intercambio de
comentarios. En estos ejercicios de visibilización, de juegos de
miradas, todos somos público de todos. Los efectos de poder del
“panoptismo”, señalados y trabajados ampliamente por Foucault,
que disciplinariza los comportamientos de los individuos, se
debilitan respecto a la posibilidad de vigilar sin ser vigilado (por
ejemplo, a partir de las cámaras instaladas en el metro y en la
ciudad), en cuanto los pasajeros filman, incitan a guardar un
registro y lo suben a las redes sociales, y los usuarios de las redes
sociales comparten y multiplican la visibilidad del hostigamiento.
Sin embargo, esta posibilidad, señala el propio Foucault, está
contemplada en el dispositivo panóptico que está “sutilmente
dispuesto para que un vigilante pueda observar, de una ojeada, a
tantos individuos diferentes, permite también a todo el mundo venir
a vigilar al vigilante de menor importancia.”5
En el entramado de miradas que se vigilan unas a otras, la disimetría
reaparece ante la posibilidad de ser vigilado en la red, sin
posibilidad de verificarlo. La policía, cada vez más presente en
los espacios públicos, como señala el filósofo francés, “es lo
infinitamente pequeño del poder político”6;
si bien no es el único aparato que se encarga de ejercer la
disciplina, sí tiene como tarea principal disciplinar los
comportamientos de los individuos en la sociedad, en los espacios que
escapan a las instituciones cerradas y en los acontecimientos
fugaces. Lo logre o no, busca mantener el poder.
Como afrenta o ironía, el 21 de septiembre, el Sistema de Transporte Colectivo Metro da una recomendación a sus usuarios en su sitio oficial de facebook: "En caso de emergencia, jala la palanca..." Alguien comenta: "Así como bajaron la palanca para los estudiantes, ¿puedo bajarla para los vagoneros vendedores que me molestan con su ruido?"
Como afrenta o ironía, el 21 de septiembre, el Sistema de Transporte Colectivo Metro da una recomendación a sus usuarios en su sitio oficial de facebook: "En caso de emergencia, jala la palanca..." Alguien comenta: "Así como bajaron la palanca para los estudiantes, ¿puedo bajarla para los vagoneros vendedores que me molestan con su ruido?"
En
un contexto en el que la criminalización de la protesta social se recrudece, como pudo observarse en la marcha
conmemorativa del 2 de octubre en el que había un amplio dispositivo
policíaco a la salida del metro Tlatelolco, la estación más
cercana a la Plaza de las Tres Culturas, de donde saldría la marcha,
y en el que el empleo de la palabra “anarquista” para referirse
tanto a grupos de choque como a jóvenes, algunos de ellos, cabe
decirlo, con una noción sumamente empobrecida del anarquismo que le
despoja de su potencial libertario, otros simplemente criminalizados
por su edad ―los detenidos oscilan entre 15 y 36 años―; resulta
imprescindible problematizar estas cuestiones. Quizá los
acontecimientos espontáneos activados por algunos usuarios, tanto
del metro como de las redes sociales, puedan ofrecer algunas pistas a
los problemas que habríamos de atender de manera colectiva, en una
apuesta, junto con Ernst Bloch, entre otros, por la esperanza, que
pone énfasis en su aspecto activo: no se trata de una espera pasiva
en la que milagrosamente, tal vez, las cosas podrían ser distintas,
sino en abrir a un porvenir diferente con/en las acciones de los
seres humanos, que habrían de darse de manera articulada y
solidaria.
Notas
1Aquí
podría problematizarse la redacción misma de los derechos humanos,
construida desde una perspectiva liberal.
Si bien la discusión que señalo me parece importante, esto no
implica que habría de renunciarse sin más a lo que hoy conocemos
como “derechos humanos”, pues sin duda permiten dar contrapeso
frente a la intimidación y represión del Estado. Por otra parte,
las presencias colectivas, empleando un término de Boaventura de
Sousa, que se rehúsan al orden vigente, no se reducen, como
establece el documento del Prodh, a dirigir reclamos al Estado; hay
comunidades que han optado por la autogestión, como las comunidades
zapatistas. Cfr.
Simón
Hernández León/Centro Prodh, 10
tesis (mínimas) sobre la protesta social,
Sistema Integral de Información en Derechos Humanos, 17 de
septiembre de 2013. Versión electrónica:
http://centroprodh.org.mx/sididh_2_0_alfa/?p=28477
2Armando
Bartra, Hambre y carnaval. Dos miradas a la crisis de la
modernidad, México, UAM-X,
2013, p.17. En este libro-objeto, Armando Bartra enfatiza la
importancia de lo carnavalesco en la protesta social a partir de los
acontecimientos suscitados en 2011 y 2012 no sólo en México con el
#YoSoy132, sino en las protestas antiautoritarias e Túnez y Egipto,
los indignados de España y Grecia, y los Estados Unidos con Occupy
Wall Street, y retomando autores como
Bajtin, García Lorca y Walter Benjamin.
3Ibíd.,
p. 41.
4
Cfr.
BENJAMIN, Walter,
“Para una crítica de la violencia”, en Estética y política,
trad. Tomás Joaquín Bartoletti y Julián Fava, Buenos Aires, Las
cuarenta, 2009; pp.31-64.
5Michel
Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión,
México, Siglo XXI,
2005,. Traducción de Aurelio Garzón del Camino, p. 210-211.
6Ibíd.,
p. 217.
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