Si bien es posible ubicar una crítica general de la cultura burguesa antes de que el autor judeo-alemán incluyera al marxismo en su pensamiento en textos como Sobre el programa de la filosofía futura (redactado a principios de 1918), será hacia 1924 en su estancia en Capri entre mayo y octubre que, tras conocer y enamorarse de Asja Lascis, comunista letona que por entonces trabajaba en un proyecto de teatro proletario para niños, lo integre a su crítica. En esta estancia escribe la primera versión de El origen del drama barroco alemán3, en cuya introducción epistemo-crítica indica que la práctica de la filosofía, en cuanto crítica, habría de evitar configurarse como sistema y propone una estructura monadológica a partir de una refuncionalización del concepto de mónada en Leibniz, que saca de su contexto metafísico, es decir, no entiende las mónadas como sustancias que conforman el universo, y las inserta en el histórico-político-social, retomando la multiplicidad y la singularidad que Leibniz les confiere: respecto a la multiplicidad, recupera la pluralidad interna de cada unidad, así como la diversidad de mónadas que pueden formarse; en relación con su singularidad, retoma el que cada mónada constituye una perspectiva particular, pero no del universo, sino de toda la historia humana, condensándola, es decir, la contiene cualitativamente y no de manera acumulativa, como es el caso de la historia entendida desde el historicismo que además de ordenarla cronológicamente, presupone una idea de progreso4 como norma del movimiento de la historia. Para Benjamin, las mónadas, en cuanto singularidades, son un trozo de pasado que refulge en un instante presente con destellos de lo porvenir; cada una es una cristalización, en el presente, de múltiples singularidades que pueden estar cronológicamente aisladas, sin que ninguna sea privilegiada en detrimento de otra, y así las mantiene en tensión, conformando una constelación única con un determinado instante del pasado, junto con la promesa de un porvenir más justo para el mundo humano, distinto al impuesto por la modernidad capitalista.
Este
principio
motriz
para una crítica de la cultura capitalista es formulado en un
vocabulario explícitamente marxista en sus Tesis
sobre el concepto de historia5,
que a su vez, refuncionaliza echando mano del vocabulario de la
mística judía, siguiendo un modelo tensional que no privilegia a
ninguno de estos discursos, de manera que la discusión, ya entablada
en los años setenta, en torno de si Benjamin habría de ser
clasificado como un pensador marxista o mesiánico resulta
infructuosa para la práctica crítica
de
la filosofía y la manera de proceder de este pensador. El
entrelazamiento de los discursos antes mencionados está condensado
en la primera de las tesis de este texto, en el que ofrece la imagen
de un muñeco vestido de turco con un narguilé en la boca que juega
ajedrez. El muñeco es movido mediante unos cordeles por un enano
jorobado, escondido debajo de lo que sería la mesa que sostiene el
tablero, que en realidad es un juego de espejos que impide que el
enano sea visto. Lo mesiánico ocupa el lugar del enano, y el
materialismo histórico, el del muñeco. El primero habría de
permanecer oculto para que el segundo pudiese recuperar su potencial
crítico.6
Las Tesis
buscaban
ser un antídoto ante su situación concreta: la Primera Guerra
Mundial, el avance del nacionalsocialismo y del fascismo en Europa,
así como la imposibilidad de la izquierda de su tiempo para ponerles
freno; aunado al pacto de no agresión firmado entre Hitler y Stalin
en 1939 que abría las puertas a Alemania para invadir Polonia, con
lo cual quedaba claro que los intereses de lucha de esta última
quedaban traicionados. Las Tesis
se dirigían tanto a los marxistas de su tiempo, en un intento por
eliminar o contrarrestar las interpretaciones mecanicistas,
dogmáticas y/o reformistas que se habían hecho del marxismo en su
momento, tal como la ofrecida por la socialdemocracia que, al
mantener la idea
de progreso
en la historia, cancelaba la posibilidad de que los indviduos
intervinieran de manera activa en el curso de la misma, como si sólo
bastase sumarse en el trabajo en las fábricas para que la revolución
adviniera mágicamente, postergando así el momento de la acción
revolucionaria, esto es, de la intervención a manera de interrupción
del curso de la historia impuesto. Mas es posible que también
estuviesen dirigidas, como señala Bolívar Echeverría,7
a unos hipotéticos marxistas y/o anarquistas del futuro, ya que
ofrecen indicaciones, a la manera de un “armazón teórico”8
para una práctica crítica de la filosofía, entendida como
escritura de la historia. Ésta,
articulada en una estructura monadológica, podía llegar a ser tan
concreta como para ejercerse a partir de plumeros, corsés, viejas
fotografías, máquinas, edificios, anuncios publicitarios, etc. Tal
proceder de la crítica es posible, siguiendo a Benjamin, porque las
cosas participan en el lenguaje9,
es decir, se expresan en un lenguaje que tiene su propia materialidad
e historicidad. La tarea de la práctica crítica de la filosofía
sería la de llevar a cabo una traducción10
del lenguaje de las cosas a la lengua, es decir, articular en
palabras la expresión de su lenguaje material para hacer propiamente
experiencia, por más que en toda traducción haya pérdida,
excedente y/o deslizamiento de sentidos, y por más que la lengua se
resista al querer decir de una subjetividad.
La
crítica de la cultura capitalista apostaría así, por la
posibilidad de realizar una lectura de la materialidad e historicidad
de las mercancías petrificadas que han salido de la circulación,
tal como una pieza de colección o un desecho de la producción
industrial, para hacer estallar la contradicción entre valor
de uso y
valor
propia
del modo de producción capitalista, condensada en él, y que se
neutraliza en el acto de intercambio al presentarse siempre
desdoblada, es decir, como mercancía en su forma común (de valor
de uso),
y mercancía dineraria (como valor).
Lo anterior busca ser una aportación de Benjamin para el marxismo:
el énfasis está puesto en que la relación entre la economía y la
cultura no ha de entenderse de manera mecánica desde la causalidad,
es decir, como si la primera fuera causa de la segunda de manera
unidireccional y determinante; sino como expresión de una economía
en su cultura. No se trata de buscar una explicación que plantee la
pregunta por el origen (causa o principio), sino de intentar captar
(recibir, acoger, recoger el lenguaje material en que las cosas se
expresan) un proceso económico en sus manifestaciones más
concretas, centrándose en el carácter expresivo de los primeros
productos industriales, como deja ver en su Libro
de los Pasajes.
Esto le permite a Benjamin plantear la posibilidad de aproximarse a
las piezas de colección y a los desechos de la producción
industrial a partir de una práctica crítica de la filosofía, no
tomándolos como objetos que se pueden poner ante un sujeto que
habría de representarlos, clasificarlos y manipularlos, sino como
lenguaje y como mónadas:
en ellos se condensaría una época, un modo de operar de la
industria, una economía, un modo de ser de las subjetividades, una
idea de mundo11.
La actualización
de estas cosas cuyo valor
de uso
y valor
se hayan suspendidos, no apunta a su reinserción en la circulación
como mercancías, sino en confrontarlas de manera directa con nuestro
presente y ponerlas en acto para hacerlas hablar y operar como
índices de lectura y dotarlas de vigencia, esto es, de vigor, de
fuerza de verdad que permita leer en ellas el presente, y viceversa,
sin perder las especificidades de cada una, reparando en los detalles
más nimios de sus diferencias, evitando hacer de ellas una mera
abstracción. La importancia política de esta actualización
es fundamental en relación con la justicia, ya que se efectúa en
pos de abrir la posibilidad de realizarla: la actualización
del pasado dota al presente de historicidad gracias a la introducción
de la anacronía a partir del salto
dialéctico12,
que rompe el contexto del cual es extraído un fragmento (la pieza o
el desecho), muestra su materialidad y hace posibles nuevas
reagrupaciones y la formación de otras constelaciones. Esta
singularidad de la crítica es justo la que habría que recuperar,
así como la desautomatización de la manera historicista de entender
la historia, y plantear así la pregunta por la construcción y la
producción de sentido, y con éste, de la experiencia, en cuanto
ésta se hace al articularla en la lengua.
Se
han mencionado los desechos y las piezas de colección como ejemplo
de cosas que han perdido tanto su valor de uso
como su valor de cambio. Junto
a estas cosas, aparecen la figura del pepenador y del coleccionista
respectivamente. Si bien éstos no tienen las mismas funciones,
parten de un principio común: el de rescatar las cosas de las leyes
del mercado, congelando así su movimiento, y haciendo estallar la
contradicción entre valor de uso
y valor, permitiendo
que ésta sea efectivamente experimentada, pues en
la vida cotidiana los individuos modernos pasan de la forma común
(valor de uso) a la
forma dinero de la
mercancía, y su
sensibilidad está acostumbrada a ver aparecer y desaparecer
alternativamente las cualidades singulares de un valor de
uso concreto, y el dinero
en su lugar; son individuos que han construido su subjetividad
acoplándose a la forma mercantil de los objetos, que se adaptan
perfectamente a la sociedad capitalista, de manera que les parece
natural saltar de un polo a otro de la contradicción entre el valor
de uso y el valor.
Esta última les pasa desapercibida y se neutraliza, es decir,
subsiste y actúa de manera enajenada y deformada, posterga el
estallido de la tensión, la relega sin resolverla, superarla ni
eliminarla. Para que pudiese explotar el intercambio habría de
detenerse, congelar su movimiento, tal como Marx aborda la mercancía
en el El Capital, para
mostrar mejor la relación tensional y contradictoria entre valor
de uso y valor,
tal como hace Benjamin con su dialéctica en suspenso13,
tal como hacen el pepenador y el coleccionista. En las líneas
siguientes me centraré en este último, figura a la que Walter
Benjamin dedica el apartado “H” del Libro de los
Pasajes, en el cual me basaré,
y unos cuantos ensayos,14
e intentaré hacer un esbozo de la función del mismo en relación
con la escritura de la historia, así como de la relación que éste
tiene con sus piezas coleccionadas, con el fin de destacar no sólo
la refuncionalización
que Benjamin hace de algunos conceptos de Marx, sino sus
repercusiones histórico-estético-políticas. Benjamin indica:
Al
coleccionar, lo decisivo es que el objeto sea liberado de todas sus
funciones originales para entrar en la más íntima relación
pensable con sus semejantes. Esta relación es diametralmente opuesta
a la utilidad, y figura bajo la extraña categoría de la compleción.
¿Qué es esta “compleción”? Es el grandioso intento de superar
la completa irracionalidad de su mera presencia integrándolo en un
nuevo sistema histórico creado particularmente: la colección. Para
el verdadero coleccionista cada cosa particular se convierte en una
enciclopedia que contiene toda la ciencia de la época, del pasaje,
de la industria y del propietario de quien proviene. [...] Todo lo
recordado, pensado y sabido se convierte en zócalo, marco, pedestal,
precinto de su posesión. [...] Coleccionar es una forma de recordar
mediante la praxis y, de entre las manifestaciones profanas de la
“cercanía”, la más concluyente.15
El
coleccionista prefiere conservar la mercancía en su forma de cosa
concreta, se niega a ver desaparecer sus cualidades singulares y a
que éstas sean sustituidas por una ganancia en valor,
esto es, por dinero.
La mercancía
se sustrae de la esfera de la circulación, se petrifica sin
efectuarse como valor
de uso
ni como valor,
suspende el movimiento del intercambio y deja de ser propiamente una
mercancía.16
Una
vez extraída de las leyes del mercado, el coleccionista saca la
pieza, sin perder su singularidad, ni la historicidad que la acompaña
y de la cual procura conservar todo detalle posible, del contexto del
cual procede, incluyendo el del curso lineal de la historia, para
insertarla en otro, junto a otras piezas que forman parte de una
colección determinada, elaborada sólo para ellas, formando una
constelación.
Ésta, en analogía con su concepción astronómica y astrológica,
traza coordenadas entre las heterogeneidades agrupadas para fijar
puntos a partir de los cuales emerge una figura, en este caso la
colección o el “sistema histórico” como le llama Benjamin en el
pasaje citado, las inscribe en un nombre y construye un relato a
partir del cual los seres humanos se posicionan; se presenta como una
instantánea de la lengua que agrupa heterogeneidades a partir de una
estructura monoidal que condensa sentidos y singularidades, de entre
cuyas tensiones es posible leer una idea
de Mundo,
siempre abierta a nuevas articulaciones. La colección ―la
figura formada por las constelaciones astronómicas y astrológicas―,
no existe previamente como si las piezas coleccionadas pudiesen
reconstruir una totalidad que habría que explicitar o desocultar,
sino que se trata de una construcción ficcional que da lugar a un
cambio en el posicionamiento de la subjetividad, del coleccionista al
menos,
al ser afectada por la lengua y alterada en su estructura, en su
experiencia de lectura de sus piezas, que importan para él no sólo
en cuanto cosas, sino por todo su pasado, es decir, su origen, su
clasificación objetiva, los detalles de su historia como sus cambios
de propietario, su precio de adquisición, el contexto del que fue
extraída, una época, un modo de producción y consumo, etc., de
manera que “para el coleccionista el mundo está presente, y
ciertamente ordenado, en cada uno de sus objetos”17;
el esbozo de este ordenamiento del mundo es el destino de la pieza,
es decir, la constelación
en la cual la integra el coleccionista.
Aunque
faltara una sola pieza dentro de la constelación que éste ha
trazado, las piezas no perderían su singularidad, esto es, su
materialidad e historicidad, el pasado y los sentidos condensados en
ellas. Las piezas de una colección son trasplantadas18
en el espacio del coleccionista, y no éste en el de aquellas. Esto
implica la apropiación de la pieza, no sólo en el sentido de ser
propietario privado de la misma, de tenerla, sino en la relación
primordialmente táctil que el coleccionista establece con ella: “Los
coleccionistas son hombres con instinto táctil”19,
indica Benjamin. Lo táctil es cuerpo, y éste no se posiciona frente
a la pieza guardando la distancia de la mirada en su modalidad
contemplativa, propia de la sensibilidad burguesa que se rige por el
principio de “mirar sin tocar”, relegando la experiencia estética
y cognoscitiva a una supuesta interioridad; sino que el cuerpo es el
espacio y el tiempo de la percepción, el “lugar” donde ésta
ocurre, y en la cual se modifican tanto la subjetividad como la
pieza: se trata de una experiencia directa con esta última, y a su
vez, de una relación táctil con uno mismo: en el acto de tocar lo
otro la subjetividad construye su fuerza táctil, al recorrer, como
ya indicara Winckelmann, el contour20,
es decir, el contorno, la forma, el perímetro de la pieza, que
circunscribe las partes que la conforman. Se trata pues, de un
autodidactismo de la carne, una erótica de la estética, si se
quiere, en el que se refunda el gusto y la posibilidad de establecer
juicios estéticos, pero no a partir de criterios externos a la
pieza, sino a partir de la pieza misma: “La fascinación más
profunda del coleccionista consiste en encerrar el objeto individual
en un círculo mágico”21.
Sin embargo, esta manera de apropiarse las cosas, no deja de lado el
aspecto visual: Benjamin atribuye al coleccionista una “mirada del
gran fisonomista”22,
es decir, la de aquel que recuerda y distingue con gran facilidad el
aspecto particular de cada una de las piezas de su colección, tanto
de su materialidad y su contour,
como
del pasado que las acompaña, y se hace intérprete de la historia:
“Sólo hace falta observar cómo el coleccionista maneja los
objetos de su vitrina. Apenas los tiene en la mano, parece inspirado
por ellos, parece ver a través de ellos ―como
un mago―
en su lejanía.”23
La cercanía del tacto y la lejanía de la mirada retrospectiva,
remiten al concepto de aura
que
Benjamin formula como “el
aparecimiento único de una lejanía por más cercana que pueda
estar”24. Las
piezas del coleccionista están dotadas de aura,
no sólo por lo anterior, sino porque, como indica en Sobre
algunos motivos en Baudelaire:
«El
mirado, o aquel que se cree mirado, alza de inmediato la mirada.
Experimentar el aura
de
una aparición significa investirla con la capacidad de alzar la
mirada.»25,
esto es, de interpelar al ser humano, expresándose en su particular
lenguaje; son pedazos de una cultura y tienen una estructura
metonímica: el todo por la parte y la parte por el todo, sin que
este todo remita a una totalidad acabada; cada pieza conserva su
cualidad de fragmento, como los de la vasija rota, imagen que ofrece
Benjamin en La
tarea del traductor,
cuyos pedazos se siguen unos a otros, sin que necesariamente
reconstruyan una vasija previa e intacta que, además, es posible que
nunca haya existido.26
Son indicios o índices de lectura de otra cosa que es inactual y
vigente a la vez, y abre a la posibilidad interpretativa de una
articulación de la historia distinta a la realizada a partir de la
cronología y la linealidad del historicismo, así como a una
configuración de la sensibilidad diferente a la propia de la
sensibilidad burguesa. La importancia política de una construcción
de la sensibilidad distinta a la burguesa cobra peso si se atiende a
la advertencia benjaminiana de La
obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica:
lo político (que no se reduce a una contienda entre partidos
políticos, sino que remite a lo público y a lo que nos concierne a
todos) se juega de manera incluso más decisiva en ámbitos que le
son aparentemente ajenos, como la estética27,
sobre todo si se entiende a esta última como una problematización
de la sensibilidad, que siempre es construida e histórica.
La
primacía de lo táctil sobre el tener y el poseer, y sobre lo
visual, y la modalidad de la mirada retrospectiva y no meramente
contemplativa, distingue al coleccionista del “propietario
profano”28
como le llama Benjamin, que sólo acumula propiedades, y para
enfatizarlo cita a Marx (y con esto concluyo): “La propiedad
privada nos ha hecho tan estúpidos e indolentes, que un objeto sólo
es nuestro
cuando
lo tenemos, es decir, cuando existe para nosotros como capital, o
cuando [...] lo utilizamos.”29
Fotografía: Carlos Chávez
Notas:
1Refuncionalización
proviene del alemán Umfunktioniert,
donde el prefijo Um
implica
reversión, no una mera reformulación. Remite a un cambio de
función, mas no entendida como si se tratase de un instrumento que
cumple una tarea para la cual habría sido elaborado, que
implicaría pensarlo desde la causalidad y
confundir la función de una cosa con la causa de su origen, como si
en aquella radicara la razón de su génesis.
2Cfr.
LONITZ,
HENRI
(ed.),
Theodor
W. Adorno y Walter Benjamin. Correspondencia (1928-1940),
traducción de Jacobo Muñoz Veiga y Vicente Gómez Ibañez, Madrid,
Trotta, 1998.
3Este
texto es publicado en 1925. Constituía su
tesis de habilitación para la
universidad de Francfort, mas fue
rechazado por ésta para obtener la venia
legendi, cancelando
así su posibilidad de consolidarse socialmente como “hombre de
letras”. Cfr.
WITTE,
BERND,
Walter
Benjamin. Una biografía,
traducción de Alberto L. Bixio, Barcelona, Gedisa, 2002.
4BENJAMIN,
WALTER,
Tesis sobre el
concepto de historia,
México, UACM/Itaca,
2008. Traducción de Bolívar Echeverría, p. 50. En adelante Tesis.
5
Cabe señalar que no existe una versión acabada y definitiva
para su publicación, a saber, las, constituyen problemáticas que
Benjamin estuvo macerando durante aproximadamente veinte años, y
que redactó finalmente entre 1939 y 1940, antes de su suicidio al
intentar cruzar la frontera fanco-española, en su intento por huir
de la persecución nazi y llegar a EEUU.
6Tesis,
p. 35.
7Cfr.
ECHEVERRÍA,
BOLÍVAR,
“Introducción. Benjamin, la condición judía y la política”,
en op. cit.,
p. 14.
8Ibídem.,
p. 11.
9“No
hay cosa ni acontecimiento que pueda darse en la naturaleza, en la
animada o en la inanimada, que no participe de algún modo en el
lenguaje”, en
BENJAMIN,
WALTER,
“Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres”,
en Obras,
Libro II, Vol. 1, Madrid, Abada, 2007. Traducción de Jorge Navarro
Pérez; p. 145. La
participación de las cosas en el lenguaje puede entenderse en al
menos, dos sentidos: 1) A partir del modelo de la acción, es decir,
toman parte en el lenguaje porque no están desprovistas de él,
participan al expresar en su lenguaje mudo y material. 2) A partir
del modelo platónico esencia/apariencia: en su insólita lectura
del Banquete en
ODDBA,
Benjamin indica que las ideas están en la esfera de las esencias,
mientras que las cosas pertenecen a las apariencias; la
participación de éstas últimas en el lenguaje tiene lugar gracias
a la doble función mediadora de los conceptos, que consiste
en salvar la singularidad de las cosas y permitir que las ideas se
manifiesten, con lo cual, a su vez, permiten que la fuerza de verdad
histórica se revele en la lengua. Benjamin señala: “La idea es
algo de naturaleza lingüística.”, en BENJAMIN,
WALTER,
El
origen del drama barroco alemán,
traducción de José Muñoz Millanes, Madrid, Taurus, 1990, p. 19.
(En adelante ODDBA).
Es
decir, que las ideas se manifiestan en la lengua, en las palabras:
los nombres que el ser humano da a las cosas está determinado por
la singularidad del lenguaje mudo y material de la cosa concreta. De
esta manera, las cosas participan en el lenguaje conservando su
singularidad. Estas dos maneras de entender la participación,
permiten pensar a su vez, que las cosas participan en la experiencia
cognoscitiva, con lo cual se las deja de tomar como meros objetos.
10Para
Benjamin, la traducción consiste en una serie continua de
transformaciones de un lenguaje a otro, de una lengua a otra, en
donde se pierde y se gana historicidad en la lengua y en la
experiencia, además de que siempre queda algo intraducible, por
decir o no dicho, dando cuenta de que la justicia no se lleva a cabo
de una vez y para siempre, sino que es necesario realizarla, una vez
más en cada ocasión concreta. Señala también su carácter
provisional y transitorio, debido, además de lo anterior, a la
resistencia de la lengua para ser apropiada de manera total por una
subjetividad, ya que ésta no puede tener un control absoluto sobre
su querer decir. Cfr.
BENJAMIN,
WALTER,
“La tarea del traductor”, en Angelus
Novus, traducción
de Héctor A. Murena, Barcelona, Edhasa, 1971; pp. 127-143. En
adelante, LTT.
11Idea
de Mundo ha sido
formulado a partir de Kant y de Benjamin: “Mundo” es una de las
ideas de la razón propuestas por Kant, que tienen que actualizarse
constantemente en el ámbito de la libertad. Sin embargo, siguiendo
a Benjamin en su lectura insólita de las ideas de Platón, las
ideas son de carácter lingüístico, y la actualización debe
hacerse en la lengua, refuncionalizándola en pos de la justicia
social a partir de la figura de pensamiento mónada.
Cfr.
ODDBA,
p. 16.
12Tesis,
p. 52.
13En
las Tesis, es
formulada en términos de “detención mesiánica” (p. 54), que
implica no sólo la interrupción del curso lineal de la historia y
de la destrucción de la modernidad llevada a cabo en nombre de un
supuesto progreso, o de los pensamientos, sino, justo por esta
interrupción, la oportunidad de llevar a cabo una acción
revolucionaria.
14Cfr.
BENJAMIN,
WALTER,
“H. El coleccionista”, en Libro
de los pasajes,
Madrid, Akal, 2004;
pp.
221-229. Traducción de
Luis Fernández Castañeda, Isidro Herrera y Fernando Guerrero. (En
adelante, El
coleccionista).
También
“Eduard Fuchs, coleccionista e historiador”, en Ana Useros y
César Rendueles (ed.), Escritos
políticos,
Madrid, Abada, 2012; pp. 113-166. Traducción de Alfredo Brotons
Muñoz y Jorge Navarro Pérez. Para otros ensayos en torno de la
figura del coleccionista: José J. De Olañeta (ed.), Walter
Benjamin. Desembalo mi biblioteca. El arte de coleccionar,
Barcelona, Centellas, 2012. Traducción de Fernando Ortega.
15El
coleccionista, p.
223 [H 1a, 3]. Las comillas son de Benjamin.
16Cfr.
ECHEVERRÍA,
BOLÍVAR,
“4. La contradicción neutralizada”, en La
contradicción del valor y el valor de uso en, El
Capital, de
Karl Marx, México,
Ítaca, 1997, pp. 21-24.
17El
coleccionista,
p. 225, [H 2, 7; h 2 A, 1].
18Este
término es empleado por J. J. Winckelmann en relación con su reto
interpretativo de reconstruir la estética de la Grecia antigua a
partir de cuatro torsos. La imagen del trasplante conserva la acción
del traslado, con todo y raíces (el pasado que acompaña a la
pieza) y su introducción en un contexto diferente del cual
proviene, con la posibilidad de que siga produciendo sentidos
nuevos. Cfr.
WINCKELMANN,
J. J.,
Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y
la escultura,
México, FCE, 2007. Traducción de Salvador Mas.
En
adelante, Reflexiones.
19El
coleccionista,
p. 225, [H 2, 5].
20Reflexiones,
p. 88. El contour
es formulado por Winckelmann a partir de la primacía que, en la
teoría del arte en autores como Leon Battista Alberti en De
pictura,
se otorga al dibujo sobre el color, al diseño frente al colorido, a
la materialización de un proyecto intelectual en el dibujo del
contorno del mismo. Sin embargo, para Winckelmann, constituirá no
sólo la delimitación de las figuras y de su perímetro, sino un
principio que unifica lo heterogéneo, esto es, de unidad en la
multiplicidad: “En las figuras de los griegos, el contour
más
noble unifica o circunscribe todas las partes de la naturaleza más
bella y de la belleza ideal, o es más bien, el concepto más
elevado de ambas.”, en Ibídem.
21El
coleccionista,
p. 223, [H 1 a, 3].
22Ibíd.,
p. 225,
[H 2, 7; H 2A, 1]
23Ibídem.
24BENJAMIN,
WALTER,
La
obra de arte en la época de su reproductibilidad
técnica,
México, Itaca, 2003. Traducción de Andrés E. Weikert, p. 49. En
adelante, La
obra de arte...
25BENJAMIN,
WALTER,
“Sobre algunos motivos en Baudelaire”, en Obras.
Libro I, vol. 2,
Madrid,
Abada, 2008. Trad. Alfredo Brotons Muñoz,
p.
253.
26“Como
sucede cuando se pretende volver a juntar los fragmentos de una
vasija rota que deben adaptarse en los menores detalles, aunque no
sea obligada su exactitud, así también es preferible que la
traducción, en vez de identificarse con el sentido del original,
reconstituya hasta en los menores detalles el pensamiento de aquél
en su propio idioma, para que ambos, del mismo modo que los trozos
de una vasija, puedan reconocerse como fragmentos de un lenguaje
superior.” LTT,
p. 139.
27ECHEVERRÍA,
BOLÍVAR,
“Introducción. Arte y utopía”, en BENJAMIN,
WALTER,
La obra de arte...,
p. 9.
28LTT,
p. 139.
29MARX,
KARL,
Economía y filosofía,
cit. En El
coleccionista...,
p. 227, [H 3 a, 1].
*Ponencia pronunciada en el coloquio WORK-INg MARX, celebrado en el Salón de Actos en la FFyL, CU, el 22 de agosto de 2013.
Comentarios