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Benjamin, su aportación al marxismo y la figura del coleccionista*




Walter Benjamin echa mano de tradiciones heterogéneas entre sí, de las cuales recupera algunos conceptos, pero nunca de manera íntegra: los refuncionaliza1, los inserta en contextos distintos y los entrelaza con los de otros discursos sin privilegiar a ninguno, esto es, manteniéndolos en tensión. Esta manera de proceder dio lugar a críticas por parte de sus amigos, como puede verificarse en las correspondencias que sostuvo sobre todo con Adorno,2 y censuras a sus textos por parte del Instituto de Frankfut establecido en EEUU tras la persecución nazi, entre otras incomprensiones suscitadas en sus contemporáneos. La manera peculiar en que Benjamin aborda de manera crítica la experiencia histórica de la modernidad capitalista, escapa a la arbitrariedad a la que podría dar lugar este entrelazamiento de tradiciones diversas dado su compromiso histórico-político-social, siempre presente en sus escritos, y que funge como brújula para realizar sus constelaciones conceptuales.

Si bien es posible ubicar una crítica general de la cultura burguesa antes de que el autor judeo-alemán incluyera al marxismo en su pensamiento en textos como Sobre el programa de la filosofía futura (redactado a principios de 1918), será hacia 1924 en su estancia en Capri entre mayo y octubre que, tras conocer y enamorarse de Asja Lascis, comunista letona que por entonces trabajaba en un proyecto de teatro proletario para niños, lo integre a su crítica. En esta estancia escribe la primera versión de El origen del drama barroco alemán3, en cuya introducción epistemo-crítica indica que la práctica de la filosofía, en cuanto crítica, habría de evitar configurarse como sistema y propone una estructura monadológica a partir de una refuncionalización del concepto de mónada en Leibniz, que saca de su contexto metafísico, es decir, no entiende las mónadas como sustancias que conforman el universo, y las inserta en el histórico-político-social, retomando la multiplicidad y la singularidad que Leibniz les confiere: respecto a la multiplicidad, recupera la pluralidad interna de cada unidad, así como la diversidad de mónadas que pueden formarse; en relación con su singularidad, retoma el que cada mónada constituye una perspectiva particular, pero no del universo, sino de toda la historia humana, condensándola, es decir, la contiene cualitativamente y no de manera acumulativa, como es el caso de la historia entendida desde el historicismo que además de ordenarla cronológicamente, presupone una idea de progreso4 como norma del movimiento de la historia. Para Benjamin, las mónadas, en cuanto singularidades, son un trozo de pasado que refulge en un instante presente con destellos de lo porvenir; cada una es una cristalización, en el presente, de múltiples singularidades que pueden estar cronológicamente aisladas, sin que ninguna sea privilegiada en detrimento de otra, y así las mantiene en tensión, conformando una constelación única con un determinado instante del pasado, junto con la promesa de un porvenir más justo para el mundo humano, distinto al impuesto por la modernidad capitalista. 
 
Este principio motriz para una crítica de la cultura capitalista es formulado en un vocabulario explícitamente marxista en sus Tesis sobre el concepto de historia5, que a su vez, refuncionaliza echando mano del vocabulario de la mística judía, siguiendo un modelo tensional que no privilegia a ninguno de estos discursos, de manera que la discusión, ya entablada en los años setenta, en torno de si Benjamin habría de ser clasificado como un pensador marxista o mesiánico resulta infructuosa para la práctica crítica de la filosofía y la manera de proceder de este pensador. El entrelazamiento de los discursos antes mencionados está condensado en la primera de las tesis de este texto, en el que ofrece la imagen de un muñeco vestido de turco con un narguilé en la boca que juega ajedrez. El muñeco es movido mediante unos cordeles por un enano jorobado, escondido debajo de lo que sería la mesa que sostiene el tablero, que en realidad es un juego de espejos que impide que el enano sea visto. Lo mesiánico ocupa el lugar del enano, y el materialismo histórico, el del muñeco. El primero habría de permanecer oculto para que el segundo pudiese recuperar su potencial crítico.6 Las Tesis buscaban ser un antídoto ante su situación concreta: la Primera Guerra Mundial, el avance del nacionalsocialismo y del fascismo en Europa, así como la imposibilidad de la izquierda de su tiempo para ponerles freno; aunado al pacto de no agresión firmado entre Hitler y Stalin en 1939 que abría las puertas a Alemania para invadir Polonia, con lo cual quedaba claro que los intereses de lucha de esta última quedaban traicionados. Las Tesis se dirigían tanto a los marxistas de su tiempo, en un intento por eliminar o contrarrestar las interpretaciones mecanicistas, dogmáticas y/o reformistas que se habían hecho del marxismo en su momento, tal como la ofrecida por la socialdemocracia que, al mantener la idea de progreso en la historia, cancelaba la posibilidad de que los indviduos intervinieran de manera activa en el curso de la misma, como si sólo bastase sumarse en el trabajo en las fábricas para que la revolución adviniera mágicamente, postergando así el momento de la acción revolucionaria, esto es, de la intervención a manera de interrupción del curso de la historia impuesto. Mas es posible que también estuviesen dirigidas, como señala Bolívar Echeverría,7 a unos hipotéticos marxistas y/o anarquistas del futuro, ya que ofrecen indicaciones, a la manera de un “armazón teórico”8 para una práctica crítica de la filosofía, entendida como escritura de la historia. Ésta, articulada en una estructura monadológica, podía llegar a ser tan concreta como para ejercerse a partir de plumeros, corsés, viejas fotografías, máquinas, edificios, anuncios publicitarios, etc. Tal proceder de la crítica es posible, siguiendo a Benjamin, porque las cosas participan en el lenguaje9, es decir, se expresan en un lenguaje que tiene su propia materialidad e historicidad. La tarea de la práctica crítica de la filosofía sería la de llevar a cabo una traducción10 del lenguaje de las cosas a la lengua, es decir, articular en palabras la expresión de su lenguaje material para hacer propiamente experiencia, por más que en toda traducción haya pérdida, excedente y/o deslizamiento de sentidos, y por más que la lengua se resista al querer decir de una subjetividad. La crítica de la cultura capitalista apostaría así, por la posibilidad de realizar una lectura de la materialidad e historicidad de las mercancías petrificadas que han salido de la circulación, tal como una pieza de colección o un desecho de la producción industrial, para hacer estallar la contradicción entre valor de uso y valor propia del modo de producción capitalista, condensada en él, y que se neutraliza en el acto de intercambio al presentarse siempre desdoblada, es decir, como mercancía en su forma común (de valor de uso), y mercancía dineraria (como valor). Lo anterior busca ser una aportación de Benjamin para el marxismo: el énfasis está puesto en que la relación entre la economía y la cultura no ha de entenderse de manera mecánica desde la causalidad, es decir, como si la primera fuera causa de la segunda de manera unidireccional y determinante; sino como expresión de una economía en su cultura. No se trata de buscar una explicación que plantee la pregunta por el origen (causa o principio), sino de intentar captar (recibir, acoger, recoger el lenguaje material en que las cosas se expresan) un proceso económico en sus manifestaciones más concretas, centrándose en el carácter expresivo de los primeros productos industriales, como deja ver en su Libro de los Pasajes. Esto le permite a Benjamin plantear la posibilidad de aproximarse a las piezas de colección y a los desechos de la producción industrial a partir de una práctica crítica de la filosofía, no tomándolos como objetos que se pueden poner ante un sujeto que habría de representarlos, clasificarlos y manipularlos, sino como lenguaje y como mónadas: en ellos se condensaría una época, un modo de operar de la industria, una economía, un modo de ser de las subjetividades, una idea de mundo11. La actualización de estas cosas cuyo valor de uso y valor se hayan suspendidos, no apunta a su reinserción en la circulación como mercancías, sino en confrontarlas de manera directa con nuestro presente y ponerlas en acto para hacerlas hablar y operar como índices de lectura y dotarlas de vigencia, esto es, de vigor, de fuerza de verdad que permita leer en ellas el presente, y viceversa, sin perder las especificidades de cada una, reparando en los detalles más nimios de sus diferencias, evitando hacer de ellas una mera abstracción. La importancia política de esta actualización es fundamental en relación con la justicia, ya que se efectúa en pos de abrir la posibilidad de realizarla: la actualización del pasado dota al presente de historicidad gracias a la introducción de la anacronía a partir del salto dialéctico12, que rompe el contexto del cual es extraído un fragmento (la pieza o el desecho), muestra su materialidad y hace posibles nuevas reagrupaciones y la formación de otras constelaciones. Esta singularidad de la crítica es justo la que habría que recuperar, así como la desautomatización de la manera historicista de entender la historia, y plantear así la pregunta por la construcción y la producción de sentido, y con éste, de la experiencia, en cuanto ésta se hace al articularla en la lengua. 
 
Se han mencionado los desechos y las piezas de colección como ejemplo de cosas que han perdido tanto su valor de uso como su valor de cambio. Junto a estas cosas, aparecen la figura del pepenador y del coleccionista respectivamente. Si bien éstos no tienen las mismas funciones, parten de un principio común: el de rescatar las cosas de las leyes del mercado, congelando así su movimiento, y haciendo estallar la contradicción entre valor de uso y valor, permitiendo que ésta sea efectivamente experimentada, pues en la vida cotidiana los individuos modernos pasan de la forma común (valor de uso) a la forma dinero de la mercancía, y su sensibilidad está acostumbrada a ver aparecer y desaparecer alternativamente las cualidades singulares de un valor de uso concreto, y el dinero en su lugar; son individuos que han construido su subjetividad acoplándose a la forma mercantil de los objetos, que se adaptan perfectamente a la sociedad capitalista, de manera que les parece natural saltar de un polo a otro de la contradicción entre el valor de uso y el valor. Esta última les pasa desapercibida y se neutraliza, es decir, subsiste y actúa de manera enajenada y deformada, posterga el estallido de la tensión, la relega sin resolverla, superarla ni eliminarla. Para que pudiese explotar el intercambio habría de detenerse, congelar su movimiento, tal como Marx aborda la mercancía en el El Capital, para mostrar mejor la relación tensional y contradictoria entre valor de uso y valor, tal como hace Benjamin con su dialéctica en suspenso13, tal como hacen el pepenador y el coleccionista. En las líneas siguientes me centraré en este último, figura a la que Walter Benjamin dedica el apartado “H” del Libro de los Pasajes, en el cual me basaré, y unos cuantos ensayos,14 e intentaré hacer un esbozo de la función del mismo en relación con la escritura de la historia, así como de la relación que éste tiene con sus piezas coleccionadas, con el fin de destacar no sólo la refuncionalización que Benjamin hace de algunos conceptos de Marx, sino sus repercusiones histórico-estético-políticas. Benjamin indica:

Al coleccionar, lo decisivo es que el objeto sea liberado de todas sus funciones originales para entrar en la más íntima relación pensable con sus semejantes. Esta relación es diametralmente opuesta a la utilidad, y figura bajo la extraña categoría de la compleción. ¿Qué es esta “compleción”? Es el grandioso intento de superar la completa irracionalidad de su mera presencia integrándolo en un nuevo sistema histórico creado particularmente: la colección. Para el verdadero coleccionista cada cosa particular se convierte en una enciclopedia que contiene toda la ciencia de la época, del pasaje, de la industria y del propietario de quien proviene. [...] Todo lo recordado, pensado y sabido se convierte en zócalo, marco, pedestal, precinto de su posesión. [...] Coleccionar es una forma de recordar mediante la praxis y, de entre las manifestaciones profanas de la “cercanía”, la más concluyente.15

El coleccionista prefiere conservar la mercancía en su forma de cosa concreta, se niega a ver desaparecer sus cualidades singulares y a que éstas sean sustituidas por una ganancia en valor, esto es, por dinero. La mercancía se sustrae de la esfera de la circulación, se petrifica sin efectuarse como valor de uso ni como valor, suspende el movimiento del intercambio y deja de ser propiamente una mercancía.16 Una vez extraída de las leyes del mercado, el coleccionista saca la pieza, sin perder su singularidad, ni la historicidad que la acompaña y de la cual procura conservar todo detalle posible, del contexto del cual procede, incluyendo el del curso lineal de la historia, para insertarla en otro, junto a otras piezas que forman parte de una colección determinada, elaborada sólo para ellas, formando una constelación. Ésta, en analogía con su concepción astronómica y astrológica, traza coordenadas entre las heterogeneidades agrupadas para fijar puntos a partir de los cuales emerge una figura, en este caso la colección o el “sistema histórico” como le llama Benjamin en el pasaje citado, las inscribe en un nombre y construye un relato a partir del cual los seres humanos se posicionan; se presenta como una instantánea de la lengua que agrupa heterogeneidades a partir de una estructura monoidal que condensa sentidos y singularidades, de entre cuyas tensiones es posible leer una idea de Mundo, siempre abierta a nuevas articulaciones. La colección la figura formada por las constelaciones astronómicas y astrológicas, no existe previamente como si las piezas coleccionadas pudiesen reconstruir una totalidad que habría que explicitar o desocultar, sino que se trata de una construcción ficcional que da lugar a un cambio en el posicionamiento de la subjetividad, del coleccionista al menos, al ser afectada por la lengua y alterada en su estructura, en su experiencia de lectura de sus piezas, que importan para él no sólo en cuanto cosas, sino por todo su pasado, es decir, su origen, su clasificación objetiva, los detalles de su historia como sus cambios de propietario, su precio de adquisición, el contexto del que fue extraída, una época, un modo de producción y consumo, etc., de manera que “para el coleccionista el mundo está presente, y ciertamente ordenado, en cada uno de sus objetos”17; el esbozo de este ordenamiento del mundo es el destino de la pieza, es decir, la constelación en la cual la integra el coleccionista. Aunque faltara una sola pieza dentro de la constelación que éste ha trazado, las piezas no perderían su singularidad, esto es, su materialidad e historicidad, el pasado y los sentidos condensados en ellas. Las piezas de una colección son trasplantadas18 en el espacio del coleccionista, y no éste en el de aquellas. Esto implica la apropiación de la pieza, no sólo en el sentido de ser propietario privado de la misma, de tenerla, sino en la relación primordialmente táctil que el coleccionista establece con ella: “Los coleccionistas son hombres con instinto táctil”19, indica Benjamin. Lo táctil es cuerpo, y éste no se posiciona frente a la pieza guardando la distancia de la mirada en su modalidad contemplativa, propia de la sensibilidad burguesa que se rige por el principio de “mirar sin tocar”, relegando la experiencia estética y cognoscitiva a una supuesta interioridad; sino que el cuerpo es el espacio y el tiempo de la percepción, el “lugar” donde ésta ocurre, y en la cual se modifican tanto la subjetividad como la pieza: se trata de una experiencia directa con esta última, y a su vez, de una relación táctil con uno mismo: en el acto de tocar lo otro la subjetividad construye su fuerza táctil, al recorrer, como ya indicara Winckelmann, el contour20, es decir, el contorno, la forma, el perímetro de la pieza, que circunscribe las partes que la conforman. Se trata pues, de un autodidactismo de la carne, una erótica de la estética, si se quiere, en el que se refunda el gusto y la posibilidad de establecer juicios estéticos, pero no a partir de criterios externos a la pieza, sino a partir de la pieza misma: “La fascinación más profunda del coleccionista consiste en encerrar el objeto individual en un círculo mágico”21. Sin embargo, esta manera de apropiarse las cosas, no deja de lado el aspecto visual: Benjamin atribuye al coleccionista una “mirada del gran fisonomista”22, es decir, la de aquel que recuerda y distingue con gran facilidad el aspecto particular de cada una de las piezas de su colección, tanto de su materialidad y su contour, como del pasado que las acompaña, y se hace intérprete de la historia: “Sólo hace falta observar cómo el coleccionista maneja los objetos de su vitrina. Apenas los tiene en la mano, parece inspirado por ellos, parece ver a través de ellos como un mago en su lejanía.”23 La cercanía del tacto y la lejanía de la mirada retrospectiva, remiten al concepto de aura que Benjamin formula como “el aparecimiento único de una lejanía por más cercana que pueda estar24. Las piezas del coleccionista están dotadas de aura, no sólo por lo anterior, sino porque, como indica en Sobre algunos motivos en Baudelaire: «El mirado, o aquel que se cree mirado, alza de inmediato la mirada. Experimentar el aura de una aparición significa investirla con la capacidad de alzar la mirada.»25, esto es, de interpelar al ser humano, expresándose en su particular lenguaje; son pedazos de una cultura y tienen una estructura metonímica: el todo por la parte y la parte por el todo, sin que este todo remita a una totalidad acabada; cada pieza conserva su cualidad de fragmento, como los de la vasija rota, imagen que ofrece Benjamin en La tarea del traductor, cuyos pedazos se siguen unos a otros, sin que necesariamente reconstruyan una vasija previa e intacta que, además, es posible que nunca haya existido.26 Son indicios o índices de lectura de otra cosa que es inactual y vigente a la vez, y abre a la posibilidad interpretativa de una articulación de la historia distinta a la realizada a partir de la cronología y la linealidad del historicismo, así como a una configuración de la sensibilidad diferente a la propia de la sensibilidad burguesa. La importancia política de una construcción de la sensibilidad distinta a la burguesa cobra peso si se atiende a la advertencia benjaminiana de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica: lo político (que no se reduce a una contienda entre partidos políticos, sino que remite a lo público y a lo que nos concierne a todos) se juega de manera incluso más decisiva en ámbitos que le son aparentemente ajenos, como la estética27, sobre todo si se entiende a esta última como una problematización de la sensibilidad, que siempre es construida e histórica.
La primacía de lo táctil sobre el tener y el poseer, y sobre lo visual, y la modalidad de la mirada retrospectiva y no meramente contemplativa, distingue al coleccionista del “propietario profano”28 como le llama Benjamin, que sólo acumula propiedades, y para enfatizarlo cita a Marx (y con esto concluyo): “La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos e indolentes, que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, es decir, cuando existe para nosotros como capital, o cuando [...] lo utilizamos.”29



Fotografía: Carlos Chávez


Notas:
1Refuncionalización proviene del alemán Umfunktioniert, donde el prefijo Um implica reversión, no una mera reformulación. Remite a un cambio de función, mas no entendida como si se tratase de un instrumento que cumple una tarea para la cual habría sido elaborado, que implicaría pensarlo desde la causalidad y confundir la función de una cosa con la causa de su origen, como si en aquella radicara la razón de su génesis.
2Cfr. LONITZ, HENRI (ed.), Theodor W. Adorno y Walter Benjamin. Correspondencia (1928-1940), traducción de Jacobo Muñoz Veiga y Vicente Gómez Ibañez, Madrid, Trotta, 1998.
3Este texto es publicado en 1925. Constituía su tesis de habilitación para la universidad de Francfort, mas fue rechazado por ésta para obtener la venia legendi, cancelando así su posibilidad de consolidarse socialmente como “hombre de letras”. Cfr. WITTE, BERND, Walter Benjamin. Una biografía, traducción de Alberto L. Bixio, Barcelona, Gedisa, 2002.
4BENJAMIN, WALTER, Tesis sobre el concepto de historia, México, UACM/Itaca, 2008. Traducción de Bolívar Echeverría, p. 50. En adelante Tesis.
5 Cabe señalar que no existe una versión acabada y definitiva para su publicación, a saber, las, constituyen problemáticas que Benjamin estuvo macerando durante aproximadamente veinte años, y que redactó finalmente entre 1939 y 1940, antes de su suicidio al intentar cruzar la frontera fanco-española, en su intento por huir de la persecución nazi y llegar a EEUU.
6Tesis, p. 35.
7Cfr. ECHEVERRÍA, BOLÍVAR, “Introducción. Benjamin, la condición judía y la política”, en op. cit., p. 14.
8Ibídem., p. 11.
9“No hay cosa ni acontecimiento que pueda darse en la naturaleza, en la animada o en la inanimada, que no participe de algún modo en el lenguaje”, en BENJAMIN, WALTER, “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres”, en Obras, Libro II, Vol. 1, Madrid, Abada, 2007. Traducción de Jorge Navarro Pérez; p. 145. La participación de las cosas en el lenguaje puede entenderse en al menos, dos sentidos: 1) A partir del modelo de la acción, es decir, toman parte en el lenguaje porque no están desprovistas de él, participan al expresar en su lenguaje mudo y material. 2) A partir del modelo platónico esencia/apariencia: en su insólita lectura del Banquete en ODDBA, Benjamin indica que las ideas están en la esfera de las esencias, mientras que las cosas pertenecen a las apariencias; la participación de éstas últimas en el lenguaje tiene lugar gracias a la doble función mediadora de los conceptos, que consiste en salvar la singularidad de las cosas y permitir que las ideas se manifiesten, con lo cual, a su vez, permiten que la fuerza de verdad histórica se revele en la lengua. Benjamin señala: “La idea es algo de naturaleza lingüística.”, en BENJAMIN, WALTER, El origen del drama barroco alemán, traducción de José Muñoz Millanes, Madrid, Taurus, 1990, p. 19. (En adelante ODDBA). Es decir, que las ideas se manifiestan en la lengua, en las palabras: los nombres que el ser humano da a las cosas está determinado por la singularidad del lenguaje mudo y material de la cosa concreta. De esta manera, las cosas participan en el lenguaje conservando su singularidad. Estas dos maneras de entender la participación, permiten pensar a su vez, que las cosas participan en la experiencia cognoscitiva, con lo cual se las deja de tomar como meros objetos.
10Para Benjamin, la traducción consiste en una serie continua de transformaciones de un lenguaje a otro, de una lengua a otra, en donde se pierde y se gana historicidad en la lengua y en la experiencia, además de que siempre queda algo intraducible, por decir o no dicho, dando cuenta de que la justicia no se lleva a cabo de una vez y para siempre, sino que es necesario realizarla, una vez más en cada ocasión concreta. Señala también su carácter provisional y transitorio, debido, además de lo anterior, a la resistencia de la lengua para ser apropiada de manera total por una subjetividad, ya que ésta no puede tener un control absoluto sobre su querer decir. Cfr. BENJAMIN, WALTER, “La tarea del traductor”, en Angelus Novus, traducción de Héctor A. Murena, Barcelona, Edhasa, 1971; pp. 127-143. En adelante, LTT.
11Idea de Mundo ha sido formulado a partir de Kant y de Benjamin: “Mundo” es una de las ideas de la razón propuestas por Kant, que tienen que actualizarse constantemente en el ámbito de la libertad. Sin embargo, siguiendo a Benjamin en su lectura insólita de las ideas de Platón, las ideas son de carácter lingüístico, y la actualización debe hacerse en la lengua, refuncionalizándola en pos de la justicia social a partir de la figura de pensamiento mónada. Cfr. ODDBA, p. 16.
12Tesis, p. 52.
13En las Tesis, es formulada en términos de “detención mesiánica” (p. 54), que implica no sólo la interrupción del curso lineal de la historia y de la destrucción de la modernidad llevada a cabo en nombre de un supuesto progreso, o de los pensamientos, sino, justo por esta interrupción, la oportunidad de llevar a cabo una acción revolucionaria.
14Cfr. BENJAMIN, WALTER, “H. El coleccionista”, en Libro de los pasajes, Madrid, Akal, 2004; pp. 221-229. Traducción de Luis Fernández Castañeda, Isidro Herrera y Fernando Guerrero. (En adelante, El coleccionista). También “Eduard Fuchs, coleccionista e historiador”, en Ana Useros y César Rendueles (ed.), Escritos políticos, Madrid, Abada, 2012; pp. 113-166. Traducción de Alfredo Brotons Muñoz y Jorge Navarro Pérez. Para otros ensayos en torno de la figura del coleccionista: José J. De Olañeta (ed.), Walter Benjamin. Desembalo mi biblioteca. El arte de coleccionar, Barcelona, Centellas, 2012. Traducción de Fernando Ortega.
15El coleccionista, p. 223 [H 1a, 3]. Las comillas son de Benjamin.
16Cfr. ECHEVERRÍA, BOLÍVAR, “4. La contradicción neutralizada”, en La contradicción del valor y el valor de uso en, El Capital, de Karl Marx, México, Ítaca, 1997, pp. 21-24.
17El coleccionista, p. 225, [H 2, 7; h 2 A, 1].
18Este término es empleado por J. J. Winckelmann en relación con su reto interpretativo de reconstruir la estética de la Grecia antigua a partir de cuatro torsos. La imagen del trasplante conserva la acción del traslado, con todo y raíces (el pasado que acompaña a la pieza) y su introducción en un contexto diferente del cual proviene, con la posibilidad de que siga produciendo sentidos nuevos. Cfr. WINCKELMANN, J. J., Reflexiones sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y la escultura, México, FCE, 2007. Traducción de Salvador Mas. En adelante, Reflexiones.
19El coleccionista, p. 225, [H 2, 5].
20Reflexiones, p. 88. El contour es formulado por Winckelmann a partir de la primacía que, en la teoría del arte en autores como Leon Battista Alberti en De pictura, se otorga al dibujo sobre el color, al diseño frente al colorido, a la materialización de un proyecto intelectual en el dibujo del contorno del mismo. Sin embargo, para Winckelmann, constituirá no sólo la delimitación de las figuras y de su perímetro, sino un principio que unifica lo heterogéneo, esto es, de unidad en la multiplicidad: “En las figuras de los griegos, el contour más noble unifica o circunscribe todas las partes de la naturaleza más bella y de la belleza ideal, o es más bien, el concepto más elevado de ambas.”, en Ibídem.
21El coleccionista, p. 223, [H 1 a, 3].
22Ibíd., p. 225, [H 2, 7; H 2A, 1]
23Ibídem.
24BENJAMIN, WALTER, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, México, Itaca, 2003. Traducción de Andrés E. Weikert, p. 49. En adelante, La obra de arte...
25BENJAMIN, WALTER, “Sobre algunos motivos en Baudelaire”, en Obras. Libro I, vol. 2, Madrid, Abada, 2008. Trad. Alfredo Brotons Muñoz, p. 253.
26“Como sucede cuando se pretende volver a juntar los fragmentos de una vasija rota que deben adaptarse en los menores detalles, aunque no sea obligada su exactitud, así también es preferible que la traducción, en vez de identificarse con el sentido del original, reconstituya hasta en los menores detalles el pensamiento de aquél en su propio idioma, para que ambos, del mismo modo que los trozos de una vasija, puedan reconocerse como fragmentos de un lenguaje superior.” LTT, p. 139.
27ECHEVERRÍA, BOLÍVAR, “Introducción. Arte y utopía”, en BENJAMIN, WALTER, La obra de arte..., p. 9.
28LTT, p. 139.
29MARX, KARL, Economía y filosofía, cit. En El coleccionista..., p. 227, [H 3 a, 1].


*Ponencia pronunciada en el coloquio WORK-INg MARX, celebrado en el Salón de Actos en la FFyL, CU, el 22 de agosto de 2013.

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